Microcuentos
Los Milagros económicos de Jesús
Sus discípulos lo vieron limpiar leprosos, devolver la vista a ciegos, hacer caminar a inválidos, calmar las aguas en medio de una borrasca y ¡hasta resucitar muertos! Entonces Pedro se atrevió un día a preguntarle:
—Señor, tú que todo lo puedes, ¿por qué no eliminas la pobreza de Israel y haces que a nadie le falte lo necesario?
Y Jesús le respondió:
—Porque la abundancia no se logra con milagros sino con trabajo.
Y dirigiéndose a todos ellos, ideó una parábola:
—En verdad os digo que aquél que sepa ver las necesidades de los demás y se ponga a trabajar para satisfacerlas, su palmera multiplicará los dátiles y el mosto de su lagar fermentará más rápido.
—Pero Maestro —replicó Pedro que no había entendido nada—, tú transformaste el agua en vino y multiplicaste los peces y los panes…
—Dos excepciones, Pedro, sólo dos, para que todos comprendan, no ahora sino en el devenir de los siglos, que no existen milagros para salir de la pobreza.
Pedro y los otros quedaron callados, confundidos. Entonces Jesús buscó otro ejemplo:
—Dime, Pedro, construiste tu casa en Cafarnaúm con la venta de los peces que capturabas en el Mar de Galilea, ¿es así?
—Sí.
—¿Y dónde los vendías?
—En el mercado.
—Ahí tienes la respuesta. El que quiera entender, que entienda.
(Creo haber leído este fragmento en algún Evangelio ignoto, o tal vez soñé que lo leía, o quizás sólo lo imaginé)
Objeto
Fui a su casa, ella parecía muy urgida.
Me desempeñé bien, creo, y ese suspiro suyo delató un secreto alivio.
Pero ni un gesto de agradecimiento, ni una mirada tierna, nada. Me dio la espalda y se durmió. Cuando vuelva a pedirme que le cambie los cueritos le voy a decir que llame a un plomero.
Sentido común
La piedrita, inteligente, aceptó su destino rodante.
Igualdad
Un hombre altivo baja del caballo.
Otro hombre toma las riendas.
Un tercer hombre le abre al primero la puerta trasera del auto, la cierra y se sienta al lado del conductor.
El vehículo se desplaza velozmente por una ruta neblinosa.
Los dos hombres de adelante no osan hablar ni mirar al que viaja atrás.
Un camión se les cruza.
Una sombra se lleva a los tres al mismo sitio.
El piano olvidado
El piano quedó abandonado en la casa semiderruida de Kiev.
En tiempos de paz sollozó con el impromptu 3 de Schubert, y sus cuerdas dijeron que Beethoven y Debussy oyeron la luz de la luna. A veces, los niños ruidosos de la familia ucraniana no dejaban escuchar los acordes más dulces.
Después del misil ruso, quedó cubierto de polvo, cascotes y sangre. Solo y olvidado, ahora escucha el silencio, que es la música de las tinieblas.
Sonrisas
La noticia me llegó entre vengativas sonrisas. ¡A Tiburcia la golpeó el tano y está vomitando en el baño! ¿La golpeó el tano…? No, pero fue un accidente, abrió la puerta del pasillo y justo Tiburcia que pasaba por ahí. Observé que los hombres de la oficina estaban serios, y las mujeres no podían contener la risa. Iban al baño de a dos, curioseaban y volvían muertas de risa. Tiburcia se había encerrado en el retrete descompuesta. Cuando salió le acercaron una silla y la sentaron en el mismo antebaño. Lloraba, se quejaba y por momentos parecía que perdía el conocimiento. Llamaron sin apuro a la empresa de emergencias. Al tiempo aparecieron tres paramédicos corpulentos con grandes valijas y una silla de ruedas plegada. Con paso cansino avanzaron los tres hacia el baño por el extenso pasillo que se formaba entre dos hileras de escritorios. No habrán pasado ni quince minutos que la vemos aparecer a Tiburcia sentada en la silla de ruedas que empujaba uno de los gordos. Miraba a la distancia con expresión compungida. Las mujeres se daban vuelta para ocultar sus risas; los hombres miraban con algún desdén el patético cortejo. Las ruedas de la silla estaban descentradas y rebuznaban. Tiburcia estuvo internada unos días hasta que falleció. Cuando fuimos al sepelio, las mujeres hacían esfuerzos para contener la risa, y los hombres, tímidos y educados, apenas sonreían. Pero al llegar al ataúd las caras se pusieron repentinamente serias y pálidas. La odiosa difunta, la ortiva maldita, la calumniadora serial, los recibía con una espantosa mueca que se parecía a una carcajada.
Preferencia
Iba a salir para encontrarme con ella cuando se puso a llover. Hice café y me senté a saborearlo junto a la ventana. Me gusta la lluvia cuando se descarga fuerte. No me perdería ese placer por ningún otro. Apagué el teléfono.
A todos nos llega
Le dije a Clara resignado:
—Ya no puedo…
—¿Querés que lo dejemos?
—A mí no me queda otra, pero vos podés disfrutar sola. Tratá de no despertarme, eso sí. Mientras yo duermo vos te das el gusto.
—Estás loco. Si vos no podés, yo prefiero leer. Ya no tengo tanta necesidad de eso. Lo dejamos y listo.
Clara es mucho más joven que yo y tiene buena vista para leer. Me convenció: dimos de baja a Netflix.
Hasta que me opere de cataratas.
Placeres
Un periodista le preguntó a Marilyn Monroe qué era lo que más le gustaba en la vida:
—Un whisky antes y un cigarrillo después.
(Este episodio no lo inventé, lo leí alguna vez, no recuerdo dónde. La respuesta es un modelo de elipsis)
Desenlace
Terminé mi café en silencio.
Ella estaba ahora con la vista baja.
Afuera lloviznaba.
Volví a mirarla, pero siguió callada, inmóvil, mirando el abismo de su café frío.
Quise hablar, pero no pude.
Llamé por señas al mozo y pagué los dos cafés.
Me levanté, tomé el abrigo y volví a mirarla por si…
Pero ella ya había dicho todo lo que tenía que decir.
¿Qué podría haberle respondido yo en ese momento? ¿Qué la amaba a pesar de todo? No me atreví a tanto.
Me puse el abrigo y salí a la calle para sumarle gotas a la lluvia.
© Enrique Arenz (Prohibida su reproducción por cualquier medio)