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Libertad de prensa (1981)

Editorial escrito por Arenz, aunque no lleva su firma, sobre las amenazas y presiones que recibe el periodismo

 

Aunque nada podríamos agregar de original o novedoso a lo mucho que se ha escrito últimamente acerca de la libertad de prensa, nunca estarán de más nuestras modestas reflexiones sobre tan importante tema, sobre todo si apoyados en la sustentación moral que ellas proporcionan sumamos nuestra voz a las miles de voces que se han alzado desde todos los rincones del país en defensa de ese irrenunciable derecho que no solamente ampara a quienes escribimos y publicamos nuestras ideas en letra de imprenta, sino también, y fundamentalmente, a los millones de lectores de cientos de diarios y revistas a través de cuyas páginas se informan y con cuyos juicios y opiniones diversos se identifican íntimamente.

Si cuando hablamos de libertad de prensa nos estuviéramos refiriendo a la graciosa concesión de un monarca absoluto de quien los argentinos fuéramos humildes súbditos (y probablemente muchos se sientan hoy súbditos del «Proceso», sin ir más lejos, ciertos funcionarios a sueldo llamados «periodistas» que nos aburren desde esos deprimentes noticieros televisivos tan cuidadosamente preparados para adormecer la inteligencia y deformar la realidad), si fuésemos nada más que súbditos, repetimos, ninguna razón tendríamos para protestar si Su Majestad decidiera restringir dicha libertad, y aún cercenarla absolutamente, al considerar que se ha hecho un uso abusivo e «irrespetuoso» de ella.

Pero si, contrariamente a aquella hipótesis ciertamente irreverente, cuando hablamos de libertad de prensa lo hacemos como ciudadanos de una República, y somos conscientes de que nos referimos a un legítimo derecho anterior al Estado mismo, un poder fiscalizador que el pueblo de la Nación supo inteligentemente reservarse para sí, una garantía inviolable que nació en la conciencia lúcida de nuestros héroes antes de la emancipación y que adquirió rango constitucional en 1983, entonces, sin vacilaciones, debemos estar dispuestos a defenderla a costa de los máximos sacrificios.

Todo gobierno es circunstancial, necesariamente transitorio y efímero. La prensa libre, en cambio, es una institución permanente, inagotable, indestructible. Ningún gobierno (civil o militar, constitucional o de facto), ni en tiempos de guerra ni en tiempos de paz, podría limitar su derecho a expresarse sin violentar la conciencia pública ni despertar la ira patriótica de los ciudadanos libres. Ningún periodista auténtico (de eso sí podemos dar fe) dudaría hoy en elegir el camino del deber si la torpeza de un gobierno desorbitado lo pusiera frente a la terrible disyuntiva de tener que elegir entre su lealtad a la libertad de prensa y su obediencia a la autoridad.

¿Acaso debemos esperar que algo semejante nos ocurra a los argentinos? Creemos que no siempre y cuando las riendas del poder estén efectivamente en manos de nuestras Fuerzas Armadas, porque sabemos que ellas han sido tradicionalmente respetuosas de la libertad de prensa, sentimiento que fue claramente demostrado.

Pero ciertos hechos inexplicables que se vienen repitiendo desde hace cuatro años nos hacen sospechar que no todo el poder está bajo el control de las autoridades constituidas. Por de pronto existe en el régimen gobernante una contradicción inquietante entre lo que se dice y lo que se hace. Por un lado tenemos un Poder Ejecutivo y una Junta de Comandantes que parecen coincidir (al menos en lo formal) en declararse partidarias de la más amplia libertad de prensa, aún cuando se cometa la torpeza de presionar con la publicidad oficial. Por otro lado, desde un segundo e impreciso plano del poder (un área secreta cuyos propósitos se desconocen aunque sus métodos delatan una sórdida ideología) se mueven con impunidad ciertos seres sigilosos cuya misión parece ser no solamente bajarle los dientes a algún periodista molesto (1), sino fundamentalmente aplicar sutiles métodos de coacción e intimidación tendientes a disuadir de su «saña» al periodismo independiente.

No existe periódico alguno, a lo largo y a lo ancho del país, que no haya experimentado, en mayor o menor intensidad, la presión sicológica de esa omnipresente «manopla» de hierro, presión que muchas veces se limita a veladas amenazas telefónicas o a la sorpresiva visita de personal de seguridad requiriendo la nómina de sus redactores, sus domicilios y ¡hasta sus ideologías! (2)

Y nosotros nos preguntamos indignados: ¿qué fundamento legal, que derecho legítimo, que justificación moral asiste a quienes de manera tan indecorosa procuran hacernos sentir vigilados y acechados? ¿Desde dónde se ordenan estos procedimientos?. Porque alguien maneja y coordina estas acciones.

No tenemos las respuestas a estos interrogantes, y sospechamos que tampoco las tienen las más altas autoridades del gobierno, lo cual, lejos de eximirlas de responsabilidad, las compromete aún más gravemente… porque, «de aquellos polvos vienen estos lodos».

Por nuestra parte, nos sentimos en paz con nuestra conciencia. Nuestra ideología (lo decimos por si alguien no ha podido descubrirlo aún) es transparentemente republicana y antitotalitaria. Y por si alguien no lo sabe, la palabra «antitotalitario» quiere decir oponerse tanto al marxismo como al nazifascismo.
(1) La nota se refiere al atentado sufrido por el periodista Manfred Schöenfeld del diario La Prensa.

(2) La redacción de Empresa y Finanzas, luego de recibir diversas amenazas telefónicas, fue «allanada» por un grupo de personas pertenecientes, aparentemente, a servicios de inteligencia de alguna fuerza armada, la cual luego de revisar escritorios y mobiliarios requirió al personal administrativo que se hallaba en el lugar la nómina de redactores y colaboradores de la publicación, sus domicilios y sus ideologías o militancias partidarias. Como respuesta —prudente, por supuesto, porque en ese momento no se podía actuar de otra manera— el periódico publicó esta solicitada que redactó Enrique Arenz como secretario de redacción.
© Enique Arenz. (Publicado en Empresa y Finanzas (como Editorial) en Junio de 1981)

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