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Estudiar el piano amplía el «cableado» del cerebro

Ensayo de Enrique Arenz

Ideas para neurocientíficos y recomendaciones para los pianistas

He leído lo suficiente sobre neurociencias como para atreverme a proponerles a los investigadores algunas ideas sobre el estudio de la música como actividad cerebral formadora de múltiples y complejas conexiones neuronales.

Facundo Manes, dice en su muy recomendable libro Usar el cerebro que el cerebro es la estructura más compleja del Universo, un órgano que, por añadidura, se propone el desafío de entenderse a sí mismo, y, en coincidencia con otros especialistas de esta moderna disciplina resalta la importancia de la ejercitación metódica del cerebro para evitar la disminución de la memoria y el deterioro de las funciones cognitivas que tiende a producirse con el paso del tiempo.

Y fue en medio del esfuerzo de mi propio cerebro por entenderse a sí mismo que vengo a descubrir un día que éste me venía dictando advertencias y observaciones apasionantes, mensajes que no entendí, hasta que leí algunos artículos periodísticos de Facundo Manes y busqué en Google la palabra neurociencias.

Comenzaré por decir que en mi búsqueda no he visto muchas referencias acerca de la importancia del estudio de la música como uno de los ejercicios más exigentes, completos y totalizadores del cerebro para evitar su deterioro cognitivo, aunque sí la neurociencia, que se ha dedicado a estudiar la capacidad que tienen las redes del cerebro de modificarse, puso atención en los músicos por la inusual práctica cerebral que ejercen.

Entre sus observaciones se destaca una: la inteligencia de los músicos profesionales difiere de la inteligencia de las personas que desarrollan otras actividades. No se trata de una inteligencia que supera a otras sino que es simplemente “diferente”, con una capacidad de sincronismo que sólo los músicos parecen capaces de desarrollar.

“El músico tiene un mejor cableado en el cerebro”, escribió el periodista colombiano Andrés Hoyos. Una acertada metáfora, ya que hoy se sospecha que no es el tamaño del cerebro lo que le asigna capacidades intelectivas a la persona, sino la complejidad y cantidad de conexiones que se generan en su sistema nervioso.

Vladimir Horowitz

Yo no conozco ni tengo referencias ni he hallado hasta ahora información precisa respecto de músicos destacados que hayan padecido la enfermedad de Alzheimer, salvo el caso del norteamericano Bobby Womack. He leído en cambio que se han estudiado los cerebros de monjas y músicos fallecidos muy ancianos que curiosamente mostraban en las disecciones las características del Alzheimer (células rodeadas de una especie de plasma) y que sin embargo no habían experimentado en vida el menor deterioro de su capacidad cognitiva. Casos asombrosos como el de Arturo Rubinstein, que ofrecía conciertos en los principales teatros del mundo cuando ya había superado los ochenta años, o Vladimir Horowitz, que tocó hasta poco antes de su fallecimiento a los 86 años, son frecuentes en el mundo de la música. ¿Y Pablo Casals? ¡Compuso muchas de sus mejores obras cuando había pasado los noventa años!

El estudio del piano

Si hablo del estudio del piano en particular es porque se trata de uno de los pocos instrumentos musicales en el que se utilizan intensivamente las dos manos sobre un teclado que abarca un amplísimo registro sonoro, (1) lo cual obliga al ejecutante a leer las partituras en dos claves diferentes y de manera simultánea. (El único instrumento que supera al piano en complejidad es el órgano, que además de utilizar las dos manos en tres y más teclados superpuestos, también obliga al ejecutante a tocar con la punta y el taco de ambos pies presionando enormes teclas de madera dispuestas en forma de pedalera, por lo cual debe leer la partitura en tres pentagramas).


Menciono sólo al pasar al director orquestal que cuando coordina los ensayos de los distintos grupos instrumentales de una orquesta sinfónica, a veces con coro y solistas vocales, debe leer una partitura en cinco, seis y a veces, hasta en las siete claves.

Pero dejaremos al organista y al director para concentrarnos en el pianista.

El pianista, como dije, lee la notación musical en dos claves simultáneas: la clave de sol, para la mano derecha, y la clave de fa, para la izquierda. La clave es lo que otorga la denominación y la entonación de cada nota musical escrita en el pentagrama. Es decir, con una clave, las notas que se están leyendo tienen una denominación y una entonación, y con la otra, una denominación y una entonación diferente.

 

Si quisiéramos trazar un paralelismo entre la lectura de una partitura musical y la lectura de un texto lingüístico, habría que imaginar una página donde cada renglón fuera una doble línea, y que en la línea de arriba el texto estuviera en inglés, y en la de abajo, en francés o en portugués. ¡Y hubiera que ir leyendo simultáneamente en los dos idiomas!

¿Parece una exageración? Sí, parece, pero no lo es. La única diferencia es que para el lector de un libro ese esfuerzo resultaría absurdo e inútil, mientras que para el pianista es indispensable, porque está obligado a tocar simultáneamente con ambas manos en diferentes registros sonoros, graves, medios y agudos.

Pero no sólo eso. El pianista adelantado que se ponga a estudiar una fuga de Bach a cuatro voces deberá tocar con su mano derecha las dos voces más agudas, y con la izquierda, las dos más graves, y en determinados pasajes endiablados deberá combinar las voces del medio pasándolas de una mano a la otra sin alterar la continuidad melódica de cada una de ellas. Y estas cuatro voces, en cuya arquitectura hay un desarrollo de los temas y contramotivos ejecutados en secuencia diferenciada y con sus entradas sucesivas, deberán sonar en sus diferentes registros con su fraseo y matiz propio para cada voz como lo harían los instrumentos de un cuarteto de cuerdas. Por eso para llegar a ser un músico profesional se debe comenzar a estudiar de niño, cuando el cerebro es extraordinariamente receptivo, elástico y dócil a la absorción de los conocimientos más complejos.

El piano puede estudiarse a cualquier edad

Pero el piano también puede estudiarse de grande, a cualquier edad, y esto es lo que propongo sugerir a los neurocientíficos como materia de investigación. Es cierto que cuanto mayor sea el aprendiz, más le va a costar, pero ese mayor esfuerzo de voluntad se traducirá ─he aquí el objeto de la propuesta─ en una verdadera ejercitación del mecanismo de la mente humana en una etapa de la vida en que la corteza cerebral comienza a dar signos de degeneración.

Yo toco el piano desde antes de los cinco años. Fui incluso músico profesional siendo joven. De grande me dediqué a escribir y dejé de estudiar el piano. Sólo tocaba ocasionalmente las piezas que había aprendido, para no olvidarlas. Un día me di cuenta que no había abordado el estudio de una nueva obra desde hacía décadas. Me alarmé, porque supuse que habría quizás perdido mi plasticidad para el estudio. Pero no, mi capacidad se mantenía intacta. Entonces me hice tiempo (siempre se puede) y comencé a estudiar nuevas obras con renovado entusiasmo.Y ahí comencé a percibir las advertencias y observaciones que mencioné al principio: En ese esfuerzo fui descubriendo un mecanismo mental que no había advertido en mi juventud: en la medida en que practicaba lentamente, a veces con las manos separadas, repitiendo infinidad de veces los pasaje difíciles de autores como Bach o Chopin, y repitiendo día tras día la misma obra en estudio, algo se producía en mi cerebro. No sabía bien qué era, pero notaba que a medida que la obras, que inicialmente me habían parecido inabordables (por ejemplo, el Estudio Nº 11 op. 25 de Chopin, o el Andante Spianato y gran polonesa brillante del mismo autor), comenzaban a insinuarse en toda su potencial belleza, mis dedos adquirían seguridad y coordinación y los pasajes difíciles se ejecutaban casi automáticamente. Mi cerebro había absorbido el esfuerzo intelectivo y me respondía con increíble naturalidad.

Ahora sé lo que había sucedido: cuando estudiaba metódicamente se iban generando en mi cerebro y a gran velocidad nuevas conexiones neuronales. Cuando la obra finalmente estaba estudiaba y podía ejecutarla impecablemente de memoria mi cerebro ya había experimentado una transformación neuronal y había desarrollado una nueva capacidad.

Las neurociencias explican que en estos casos hasta se forman nuevas neuronas que se integran a circuitos ya existentes. Este proceso de “cableado” entre neuronas viejas y nuevas se denomina sinapsis, que es la forma en que se comunican las neuronas entre sí.

Y también observé que eso que convencionalmente denominamos “la memoria de los dedos” no es tal. Los dedos adquieren destreza motora y agilidad autonómica por la ejercitación constante y metódica (como el atleta logra con el entrenamiento un gran desarrollo muscular y agilidad en sus movimientos) pero la memorización de lo que esos dedos hacen sobre el teclado, es obra exclusiva del cerebro. Cuando una obra está aprendida y memorizada, uno se pone a tocar y no necesita pensar en el movimiento de cada dedo porque estos hacen solos su trabajo impulsados por los nuevos cableados neuronales que ha formado el cerebro, y a través de ellos da las órdenes con automaticidad. Lo que nosotros debemos hacer es, eso sí, concentrarnos en la parte expresiva de la interpretación, en la calidad sonora, en los matices y en la regularidad, aceleración o retardos del ritmo. Es decir, mientras nuestros dedos tocan solos, nosotros ponemos atención no ya en la técnica sino en el arte propiamente dicho.

Hay que abordar siempre nuevas obras    

Entonces descubrí que el pianista no debe quedarse nunca estancado con las muchas o pocas piezas que ha logrado incorporar a su repertorio. El consejo inapelable es: Jamás debe hacer eso. Jamás. Por el contrario, cualquiera sea su edad debe estudiar permanentemente nuevas obras, si son difíciles y complejas que exijan un esfuerzo al cerebro y generen siempre nuevas conexiones en la vasta red de su sistema neuronal, mejor que mejor. Con una hora diaria de estudio es suficiente ejercitación para adquirir y mejorar la técnica motora y mantener al cerebro en permanente expansión; con dos horas, se llega a tocar sobresalientemente. Cada nueva partitura estudiada con concentración, relajación muscular y mucha atención a sus diversos aspectos (técnica, pulsación, digitación, efectos sonoros, expresión y regularidad en la velocidad) genera nuevas neuronas y nuevas sinapsis. El cableado se amplía y el circuito se hace más complejo y dinámico.

Es por eso que yo les sugiero a los neurocientíficos que pongan la lupa en el estudio de la música, y en particular, del piano, para que las personas logren un mejor “cableado” cerebral. Es más, yo me atrevería a sugerirles que ellos también se animen a estudiar el piano, porque sin ser pianista, sin meterse de cabeza en ese mundo fantástico, es muy difícil comprender el proceso misterioso de tocar el piano en dos “idiomas” distintos al mismo tiempo.

La música tiene una complejidad diferente a la del  lenguaje, las matemáticas o la tecnología electrónica. Para un chico de siete u ocho años (esa es la edad que ahora se recomienda para iniciar el estudio) le resulta tan sencillo como manejar una computadora; para una persona de cincuenta o sesenta años, es algo complicado, pero no imposible. Yo diría que puede ser un desafío apasionante. Antiguamente todos estudiaban piano. Casi el cien por ciento de las mujeres, y también muchos varones. Hoy los jóvenes sólo estudian música por vocación, no por formación cultural como era habitual en las familias de la primera mitad del siglo XX, cuando en cada casa había un piano traído de Alemania.

Pero podemos hacer que las personas mayores comiencen a estudiar el piano por su propio placer y por la satisfacción de superarse, pero primordialmente para mantener activo el cerebro y ampliar su “cableado” de manera de no ver disminuir sus capacidades cognitivas con el paso de los años. 

Facundo Manes escribió en su libro antes citado y en numerosos artículos periodísticos, que nuestro cerebro es fundamentalmente un órgano adaptativo dotado de neuroplasticidad que es la capacidad del sistema nervioso para modificarse y adaptarse a los cambios, y que el cerebro al recibir los estímulos de la música tiende a aumentar el funcionamiento emocional y cognitivo.

Pero a este cúmulo de investigaciones y conocimientos le está faltando algo: averiguar científicamente qué pasa en el cerebro de las personas que estudian metódicamente el piano en dos idiomas simultáneos y que al cabo de un prolongado esfuerzo logran registrar en nuevas redes neuronales, y acaso en múltiples nuevas neuronas, miles y miles de notas musicales que se ejecutan solas a través de diez dedos que se mueven con automaticidad a vertiginosa velocidad, mientras el pianista sólo debe atender a la expresión, y puede, si lo desea, hasta conversar con la persona que tiene al lado♦

(1) Otros instrumentos de similar complejidad a la del piano son: el armonio, el bandoneón, que utiliza cuatro dedos de cada mano pero emplea los brazos para abrir y cerrar el fuelle y cuyas notas varían según sea abriendo o cerrando, los modernos teclados electrónicos y, relativamente, el arpa, que también utiliza dos claves por su extensión de registro y se toca con ambas manos. En rigor, todos los instrumentos musicales, aunque utilicen una sola clave, desempeñan un papel importante en el sincretismo del cerebro.

© Enrique Arenz 2015 – Prohibida su reproducción.

 

Leer otro ensayo del autor relacionado con el piano

PIANISTAS: CONSEJOS PARA TOCAR BIEN

 






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