El error de los intelectuales (Palabras preliminares)
El error de los intelectuales
Ensayo del escritor argentino Enrique Arenz
Palabras preliminares
Los temas de este libro los medité y desarrollé en ensayos y artículos periodísticos publicados principalmente en el diario LA PRENSA, entre 1984 y 1994. Seleccioné de entre cientos de esos trabajos, aquéllos que a mi juicio tienen permanencia y actualidad.
Fusioné algunos, amplié o resumí otros, incorporé nuevas ideas en casi todos, corregí errores que se deslizan siempre en el apresurado trabajo periodístico y, finalmente, logré componer este volumen que reúne y examina importantes controversias irresueltas de la Argentina actual.
En el final transcribo textualmente algunos de aquellos trabajos, con indicación de la fecha en que fueron publicados. Es que al releerlos me pareció que merecían ser salvados del olvido. Lozanos y hasta premonitorios, creo que son los artículos más aceptables de cuantos he escrito en tantos años, si es que algo de ese esfuerzo intelectual merece rescatarse.
Pido disculpas por algún concepto desconsiderado o hiriente. Como liberal, estoy moralmente obligado a ser tolerante con las ideas y opiniones de los demás.
Siempre he tenido como admirable ejemplo el gesto de Miguel de Unamuno quien, durante el gobierno de la República española, asistió nada menos que a un acto de la Falange con el propósito caballeresco de rendir un sincero homenaje al hijo de un viejo adversario falangista.
¡Y qué decir del liberal español Gregorio Marañón, quien escribió el prólogo del libro ALMAS ARDIENTES del nacionalista belga, exiliado en España, León Degrelle!
No sé si hago aquí honor a ese valor superlativo; pero he preferido no atenuar nada. Es que la hora requiere definiciones claras y firmes. Es serio el riesgo de que la Argentina ingrese en una zona oscura de autoritarismo, se aísle del mundo global, intente reestatizar su economía, descalifique la cultura como prioridad institucional, mire hacia la noche de su pasado reciente con rencor y parcialidad, aliente el desorden social y la violencia callejera, y estigmatice toda opinión disidente como conspiración desestabilizadora.
En apenas unas semanas, mientras terminaba de corregir este ensayo, se precipitaron desbordes alarmantes: al cotidiano corte de rutas y puentes, «recuperaciones» de empresas, liberación de peajes, bloqueo de boleterías ferroviarias y extorsiones a supermercados, protagonizados a diario por «piqueteros» de distinto caudillaje, se sumaron en escalada dos ataques contra la sede central de Repsol YPF, uno de los cuales destruyó el frente del edificio y produjo un incendio; la ocupación simultanea de varios locales de la cadena Mc Donald’s; la invasión, por un grupo violento, del Patio de Armas del Edificio del Ejército; el incendio de un patrullero por una turba barrial en Isidro Casanova, el copamiento piquetero de la comisaría 24ª de La Boca, la toma extorsiva de un casino en el Chaco, y por último (último hasta hoy, 17 de julio) el ataque a la Legislatura porteña. Vandalismos con sabor a gimnasia prerevolucionaria, consentidos por las autoridades que no quieren o no pueden imponer el orden y hacer respetar la ley.
No creo que estos compadres de pocas luces puedan liderar una revolución. Pero, ¿son acaso piezas de ajedrez en el tablero del actual gobierno, o el gobierno ha perdido la calle? Ambas alternativas son peligrosas. Por eso debemos ponernos en guardia y salir a defender nuestra libertad, nuestro estilo de vida y nuestro derecho a disentir y a expresar sin miedo nuestras ideas y convicciones.
Mar del Plata, 17 de julio de 2004
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