El descongelamiento de la memoria (1979)
Crítica a las actitudes, complicidades d hipocresías de muchos políticos y empresarios que contribuyeron a llevar al país al golpe de Estado de 1976
No hay duda de que comenzó el descongelamiento político. Ya no será posible volver atrás. Pero antes que nada es necesario descongelar la memoria. Veamos: ¿cuántos argentinos recuerdan el mensaje que el teniente general Lanusse pronunció la noche del 24 de mayo de 1973. Revisando viejos recortes periodísticos me encontré con el texto de aquella insólita despedida. Aquél iluminado creador del «centro izquierda» y enemigo de las «barreras ideológicas», responsable entre otras calamidades de las inaceptables decisiones adoptadas por su gobierno en el litigio con Chile, expresó en aquella oportunidad: «Lo hago en vísperas de júbilo. Mañana, el día de la Patria, coincidirá con la asunción del gobierno por parte de los auténticos representantes de las mayorías ciudadanas». No cabe duda de que estaba orgulloso de su obra, y por si aquello fuera poco, agregó: «La fecha inaugural de nuestra nacionalidad adquiere, esta vez, una deslumbrante significación porque debe ser el hito histórico que señale la perenne vigencia de la Constitución».
¡Cuántos sucesos y actitudes inmorales se encadenaron antes y después de este discurso! Por ejemplo, apenas una semana antes lo habíamos visto a Balbín por televisión repitiendo las mismas zonceras de siempre, pero esta vez en escandalosa actitud de defensa de la subversión. «La violencia de arriba engendra la violencia de abajo», había dicho. Por ello el radicalismo prometía su propia ley de amnistía que sería lo suficientemente amplia y generosa como para tener las características de una verdadera «ley de olvido». Y eso no es todo: ahí estaba Frondizi jactándose de haber concertado un nuevo pacto con Perón, agregando otro eslabón a su cadena de «hazañas» políticas; y el intransigente Oscar Alende, facilitando el acceso de dos comunistas al Congreso Nacional.
Y ya que estaba descongelando mi memoria, me puse a hojear un diario del día 26 de mayo de 1973. Se me erizó la piel de sólo ver las fotografías de lo que había acontecido el día anterior. (¡Qué frágil es mi propia memoria!) Allí estaba el «tío» Cámpora asumiendo la presidencia de la Nación flanqueado por dos jerarcas comunistas latinoamericanos (Dorticós, presidente de Cuba y Allende, presidente de Chile) mientras gravísimos incidentes se registraban en las inmediaciones de la Casa de Gobierno. Agresivos cartelones de los Montoneros y otras organizaciones subversivas cubrían la Plaza de Mayo, en tanto la turba enloquecida, agredía a pedradas y escupitajos a los oficiales y soldados de nuestras Fuerzas Armadas obligándolos a suspender el desfile militar y a replegarse en desorden en una humillación que no reconoce precedentes en toda nuestra historia.
Sigo hojeando el mismo diario y me encuentro con otros responsables que nada tienen que ver con la política partidista. «Si señor presidente-dice una enorme solicitada de adhesión-, unidos cuidando el patrimonio del país». La firma nada menos que la Asociación Argentina de Compañías de Seguro. Y en otra página leo un título a dos columnas que dice: «Apoya conceptos de Cámpora el presidente de la Unión Industrial Argentina». No quise seguir leyendo, me sentí asqueado.
Pero estaba decidido a descongelar mi memoria y me puse a recordar aquella constelación de monstruosidades que se sucedieron con vértigo infernal: la ley de amnistía y sus sangrientas consecuencias; la devolución a «libro cerrado» de los bienes mal habidos de Perón cuyo monto superó los 16 millones de dólares; las humillaciones cotidianas que debió soportar la República por el soez comportamiento y tosquedad de los mentecatos que conformaban la extraña familia gobernante; las célebres matanzas dirigidas por José López Rega; los habituales espectáculos de automóviles blindados de los jerarcas sindicales circulando con sirenas y las metralletas de sus matones a sueldo asomando por las ventanillas; el discurso panegírico de Balbín despidiendo a «su viejo amigo y adversario»; el Congreso, negándose a juzgar la incapacidad manifiesta de Isabel Perón, la hiperinflación, el negocio de los dólares, las absurdas huelgas generales en «apoyo de Isabel». Y en tanto todo se derrumbaba y la subversión avanzaba hacia el poder, el líder de la principal fuerza opositora, amenaza con colgar los botines si se interrumpe el proceso institucional.
Y como única salida, el 24 de marzo de 1976 llegó la operación rescate que equivocados o no todos esperábamos. Pero desde el 24 de marzo de 1976 transcurrieron casi tres años, y el aire ha vuelto a enrarecerse. El sistema ha seguido intacto, basta ver las empresas del Estado, la organización sindical, la ley de Asociaciones Profesionales, la legislación totalitaria aún vigente y la estructura mental peronista enquistada en millones de cerebros no peronistas.
La gente de la calle suele comentar que hay demasiados militares comprometidos con el pasado reciente como para que alguien se atreva a destapar la olla. «Si hasta las esposas de algunos altos jefes militares hicieron de damas de compañía de Isabelita» he oído comentar asiduamente.
Entonces se comienza a sospechar que todo va a seguir igual, que volverán los políticos del Frejuli y de la Hora del Pueblo a erigirse en censores de las Fuerzas Armadas, y que se volverá a decir «como dijo el general Perón», y que finalmente tendremos otro 25 de mayo de 1973.
Descongelar la memoria sería lo primero. De lo contrario estaríamos descongelando la falta de vergüenza, que nada tiene que ver con la política.
© Enique Arenz. (Publicado en Correo de la Semana el 29 de enero de 1979)