Prefacio para la primera edición
Ensayo de Enrique Arenz sobre la doctrina liberal
El liberalismo es mucho más que una simple teoría económica: es un concepto integrador que procura enseñarle a la sociedad cómo le conviene organizarse para que los hombres puedan cooperar entre sí de la manera más justa y ventajosa para todos. Se trata de una inteligente cosmovisión que sitúa a cada individuo en el centro de su universo, un estilo de vida altamente evolucionado, realista y de profundo contenido ético.
En este sistema, el orden económico no es más importante que el orden jurídico o el político, pero tampoco lo es menos. Todo debe ser en él armónico y coherente. No se puede ser liberal en política y socialista en economía, porque tan inconcebible resulta la existencia de un orden económico liberal junto a una dictadura política, como impracticable el liberalismo político en un sistema de economía dirigida o centralmente planificada. Para que el liberalismo funcione, la idea de la libertad y el inmutable objetivo de la limitación del poder debe abarcar todos los aspectos de la vida humana, desde lo moral a lo político, desde lo cultural a lo jurídico, desde la eficiente producción de los medios materiales que suprimen la miseria, la enfermedad y las incomodidades, hasta la exaltación de los más elevados fines del espíritu.
Sin embargo, se nos suele acusar a los liberales de ser materialistas y «economicistas». ¿Por qué ocurre esto? Por la sencilla razón de que los liberales insistimos tercamente en la integridad del sistema (que yo he denominado «sistema de fronteras móviles») y no aceptamos la mutilación que de él se ha hecho al separarse neciamente lo político de lo económico.
Si ponemos énfasis en lo económico es porque las circunstancias nos han obligado a ello. La filosofía liberal es hoy universalmente aceptada y comprendida en todos sus aspectos menos en el económico. (Comprendida y aceptada no quiere decir necesariamente practicada.) Los más bellos principios éticos y políticos del liberalismo contenidos en la Declaración de los Derechos del Hombre de 1789 (obra del pensamiento liberal del siglo XVIII) y en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, tales como la igualdad ante la ley, el derecho penal liberal y la libertad de prensa, por mencionar sólo algunos, constituyen hoy conquistas intangibles. Ni siquiera aquellos que los violan sistemáticamente se atreverían a cuestionarlos.
Pero hay un derecho fundamental que ha sido negado y difamado: la libertad económica (libertad civil por excelencia) de la cual Alberdi decía que estaba «llamada a vestir, nutrir y educar a las otras libertades, sus hermanas y pupilas». A tal punto hemos abandonado este derecho que la definición misma de «libertad económica» es hoy tan confusa y contradictoria que aun quienes creemos en ella discutimos entre nosotros cuál ha de ser el grado «realista» o «políticamente viable» de su vigencia para el caso de que lográramos reincorporarla al sistema de libertades subjetivas del cual fue segregada.
El prejuicio antiliberal tan hondamente arraigado en intelectuales y políticos contemporáneos es, pues, un prejuicio contra la libertad económica y no contra el concepto abstracto de «libertad» como hazaña indiscutida de la civilización moderna.
Si los liberales aparecemos siempre empeñados en una apasionada defensa del mercado libre, es porque sabemos que sin libertad económica no puede haber libertad de ninguna clase porque la libertad es indivisible. Al defender una libertad atacada estamos defendiendo todo el sistema de derechos humanos.
Es precisamente por ello que el lector notará en este libro un cierto e inevitable predominio de la cuestión económica, si bien analizada desde ángulos inusuales y exentos de todo tecnicismo, más cercanos a la filosofía que a la ciencia económica.
Si tuviera que expresar en pocas palabras el objeto de este libro, repetiría el bello elogio que Jorge Luis Borges hizo de la libertad: «La libertad es el espacio que requieren las almas. Fuera de la ética ¾ nombre que damos al instinto secreto que nos revela en cada encrucijada de la vida si un acto es bueno o malo¾ nadie tiene el derecho de renunciar a ese don espléndido. Las doctrinas que imponen la absurdidad de un partido único o que predican una curiosa guerra de clases que no admite otros beligerantes que los de un solo bando, son errores notorios cuya refutación es superflua. Pese a desfallecimientos o eclipses, la historia universal es la historia de una gradual conquista de la libertad».
Mar del Plata, agosto de 1985
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