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Nunca olvidemos ese día (1979)


E
l 11 de marzo se cumplieron seis años de las elecciones que determinaron el regreso del peronismo al poder. Habían transcurrido casi dieciocho años desde la Revolución Libertadora, la mayor parte de los cuales se caracterizaron por los desaciertos políticos, los turbios manejos de ciertos personajes, y las traiciones al espíritu republicano de aquel acontecimiento histórico.

Fueron dieciocho años sombríos, protagonizados por aventureros que se disputaron el favor del mandatario depuesto en cuyo sucio juego no vacilaron en entrar, pretendiendo, ilusoriamente, ser más astutos que él.

Y porque tenía que ser así, y porque no merecíamos otra cosa, llegamos al 11 de marzo de 1973, lóbrego preanuncio de lo que había de venir después: la jornada del 25 de mayo, en que para nuestro ridículo una camarilla de delincuentes habría de asumir el poder para hundir a la Nación en la peor crisis moral y espiritual de su historia.

Y si digo que no merecíamos otra cosa no es porque crea que todos somos culpables, por supuesto que no: la tragedia peronista tiene culpables y tiene inocentes. Sin embargo, veamos los cómputos de las elecciones de aquel 11 de marzo: FREJULI (Peronismo, Frondizismo, etc.): 5.899.642 votos (49,2 por ciento); UNIÓN CÍVICA RADICAL: 2.535.581 votos (21,1 por ciento); ALIANZA POPULAR FEDERALISTA (Manrique): 1.960.672 votos (15,5 por ciento). Nueva Fuerza, el partido liberal fundado por Alsogaray quedó en el 6º lugar. Las dos principales fuerzas populistas y demagógicas, coincidentes prácticamente en todo, desde la Ley de Amnistía hasta el paquete de absurdas medidas económicas de Ber Gelbard, estatistas y antiliberales ambas, obtuvieron nada menos que la fabulosa mayoría del 70,3 por ciento de los votos. Si agregamos a este guarismo los votos de la izquierda, llegamos al 78,7 por ciento, quedando los partidos centristas y democráticos con la exigua proporción del 19,2 por ciento. ¿Es entonces temerario o alejado de la realidad afirmar que el país mereció lo que le sucedió?

Vayamos una vez más a las cifras: desde que asumió Cámpora hasta el 22 de marzo de 1976 se registraron 1.358 muertos en acciones terroristas, de los cuales 66 fueron militares, 136 integrantes de las policías provinciales, 34 de la Policía Federal y 677 civiles entre empresarios, gremialistas, políticos, periodistas, etc. Entre los terroristas se registraron 455 bajas.

Este fue el sangriento resultado de la Ley de Amnistía. Nadie habló de los derechos humanos entonces, cuando los cadáveres eran dinamitados en medio de las calles y los automóviles blindados de los jerarcas sindicales se exhibían a plena luz del día con los amenazadores cañones de sus metralletas asomando prepotentemente por las ventanillas. Nadie habló de derechos humanos cuando en Ezeiza se torturó y linchó a un número de personas jamás revelado.

Sí, ya lo creo que el 11 de marzo fue una fecha que tenía que llegar. Nos la veníamos ganando desde aquel canallesco pacto que traicionó a la Revolución Libertadora y gestó, como inequívoco resultado, la Ley de Asociaciones Profesionales, esa misma ley fascista que sigue vigente, y todavía discutimos, a tres años de iniciado el actual gobierno, y que seguramente va a seguir así por décadas.

Como sigue inexplicablemente vigente el sistema económico peronista, los inconstitucionales Consejos profesionales, las empresas del Estado, nuestra grotesca alineación «tercermundista» y otras inconmovibles permanencias que hace hervir la sangre de muchos argentinos dignos que han consumido una vida bajo el oprobio peronista y que no tolerarán ser burlados por tercera vez.

No lo dudemos, estamos aún atrapados en el mismo laberinto, y no podremos salir de él recorriendo ingenuamente sus infinitos pasadizos sino atropellando resueltamente sus muros y estructuras hasta hallar la libertad que por más de treinta años nos ha sido negada.

Nada hay de respetable en el peronismo político, burlador de mayorías. A no serla lección terrible de su alucinante existencia. Si quienes nos gobiernan hoy no comprenden esta verdad, habremos perdido una oportunidad más, quizás la última, de merecer un destino mejor.

© Enique Arenz. (Publicado en Correo de la Semana el 19 de marzo de 1979)

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