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Jesús también llega en cuarentena


En diciembre de 2020, Lara tenía ocho años y hacía nueve meses que no salía de su departamento. Le costó entender que había una pandemia y que las autoridades ordenaron el aislamiento de las personas en sus casas y el cierre de escuelas y comercios.

Su madre Estefanía trabajaba ahora a distancia y estaba todo el día con ella, ayudándola en sus clases virtuales y tratando de distraerla del agobiante encierro. La chiquita no había visto a sus compañeros de la escuela durante casi todo ese año, y eso la había puesto triste e irritable.

Estefanía ya le había anticipado que en Navidad no habría reu­niones familiares, no solo por las disposiciones sanitarias, sino también para cuidar a los abuelos que, por su edad, no debían exponerse. Otro desconsuelo para Lara que amaba encontrarse con sus tíos y primitos en las fiestas de fin de año.

El 7 de diciembre Estefanía tuvo la buena idea de sorprender a Lara. Esperó a que se acostara para sacar de un armario todos los adornos de Navidad y extenderlos sobre la mesa del comedor. Por la mañana, Lara quedó deslumbrada, con sus ojazos muy abiertos, al toparse con los esplendentes ornamentos que la saludaron con amistosos guiños de brillo y color.

—¡Estamos en Navidad! ¡Viva! —exclamó con una sonrisa luminosa.

—Hoy es el día de la Virgen, Lara, tenemos que armar el arbolito y decorar la casa.

—¡Sí, sí!¡Qué lindo que estemos otra vez en Navidad! —respondió Lara con entusiasmo. Pero enseguida refunfuñó—: Lástima que este año no podamos reunirnos en lo de los abuelos.

—Es cierto, pero habrá muchas otras navidades en el futuro.

—Sí…—dijo Lara resignada—, pero tarda tanto en llegar una nueva Navidad…

—Bueno, ahora vamos a desayunar y después nos ponemos a trabajar.


Entre ensamblar el viejo árbol, emparejar cada una de sus ramas y revestirlo con sus luces y accesorios disponibles (no habría novedades este año), se les fue casi toda la mañana. Por la tarde, Lara se entretuvo acomodando las imágenes del pesebre y componiendo el centro de mesa con una vela gruesa a la que rodeó con hojas de acebo artificial, esferas rojas y pequeñas piñas doradas.

Lara, que es muy perceptiva, sabía que su mamá sufría por ella. Esa noche, reanimada por el espíritu festivo que ahora flotaba por la casa, le dijo mientras cenaban:

—Mami, va a estar lindo que pasemos una Navidad nosotras dos solas.

Estefanía la miró conmovida: ¡Su bebé trataba de consolarla a ella! Sensible como estaba, sintió que dos lágrimas iban a delatarla. Abrazó a su hija para que no las viera y le dijo:

—Sí, Lara, yo también lo creo.  

 

Al día siguiente Estefanía recibió la noticia por teléfono: su padre había enfermado de covid y acababan de internarlo con dificultades respiratorias. Alfonso tenía 73 años y algunos problemas de salud, por lo que el pronóstico médico no fue nada alentador.

Primero lo tuvieron en una sala intermedia con una cánula de oxígeno, pero su estado se agravó y el médico debió pronunciar la frase aterradora: «Te voy a tener que intubar, Alfonso». Se lo hizo saber a Estefanía, que era la portavoz de la familia, y permitió que el paciente hablara con su hija.

—Estefanía, me falta… el aire, el doctor Gómez dice que no… me queda otra… que el respirador. Pedí verlos, para despedirme… pero me dicen que… no lo permiten. Deciles a todos que los quiero mucho…, que recen por mí, y a mamá que…

Alfonso no pudo continuar por un acceso de tos espasmódica y jadeos sibilantes.

—¡Papá, papá!

Fue el médico el que le respondió:

—Tengo que sedarlo ya, Estefanía. Más tarde te llamo.

Angustiada, habló con su madre, con su hermana mayor y con sus dos hermanos menores. Lloró con todos. Cuando terminó, advirtió que Lara había escuchado las conversaciones y la miraba asustada. La llamó y le explicó la situación.

—¿Se va a morir el abuelo?

—No sabemos, Lara. Me pidió que recemos por él.

—¿Crees que la pudo contagiar a la abuela?

—Esperemos que no. El test que le hicieron dio negativo. La tía Fernanda se va a encargar de hacerle las compras y ayudarla en todo lo que necesite.

Esa noche, una enfermera llamó de parte del doctor Gómez para informar que Alfonso se hallaba ahora en terapia intensiva con asistencia respiratoria y con los signos vitales estables.

Estefanía tranquilizó a su hija.

—El abuelo ahora está dormido y tiene el aire que necesita. No sufre. Debemos tener paciencia porque esto va a durar muchos días.

—Mamá, si vos querés no encendemos el arbolito ni las luces del balcón mientras el abuelo esté mal.

—No, mi amor. Estamos en Adviento y somos creyentes. Jesús también llega en cuarentena, y lo vamos a esperar con el fervor que se merece. Él es el único que puede ayudar al abuelo.

 

Esa noche Lara alzó del Pesebre al Niño Jesús y se lo llevó a su habitación. Cuando se acostó lo besó y lo acomodó sobre la almohada junto a su cara, y luego de rezar un padrenuestro habló con la diminuta estatuilla. Habló y habló sin parar, le pidió por la salud de su abuelo, le contó anécdotas graciosas de él con su perro Pocaspulgas, y le recordó que cuando ella era muy chiquita, fue su abuelo el primero que le contó lo que sucedió en Belén aquella noche milagrosa. Jesús miraba hacia arriba y Lara no paraba de hablarle. No tardó en dormirse, pero en sueños continuó conversando con Jesús.

Despertó por la mañana con ese estado de encantamiento que nos dejan los sueños mágicos. Se vistió, levantó la figura de Jesús, lo arrulló amorosamente, lo besó y lo llevó nuevamente al Pesebre. Luego fue hasta la cocina donde su madre preparaba el desayuno.

—Mamá, anoche me llevé al Niño Jesús a mi dormitorio.

—Ah, ¿sí?

—Quería pedirle por el abuelo.

—Me parece bien.

—No me vas a creer, pero Jesús me habló.

—¿Te habló, decís?

—Sí, yo ya me había dormido. Jesús giró su cabecita, así, mirá —Lara volteó su cabeza hacia la derecha muy lentamente—; me miró y me dijo cosas muy lindas.

—¿Qué… te dijo?

—No puedo acordarme… Qué raro, ¿no? Hablamos tanto…

—Es común olvidar las palabras de los sueños.

—Pero mami, no fue un sueño. Yo estaba dormida, sí, pero Jesús me habló de verdad. Le prometí que en su honor celebraríamos la Nochebuena vos y yo solitas. De eso sí me acuerdo.

Aunque Estefanía era una de esas pocas personas de fe que han logrado descubrir que la vida misma es un asombroso milagro que Dios nos regala cada mañana, atribuyó esa obstinada afirmación de Lara al estrés y la ansiedad que la pobre criatura estaba sufriendo.

 

Alfonso seguía mal. Todos los días el médico o una enfermera llamaban a Estefanía para pasarle las novedades poco cambiantes. Hasta que un día el doctor Gómez le advirtió que el cuadro de su padre empeoraba y que debían prepararse para lo peor. Estefanía no le dijo nada a Lara. Habló desde su habitación con su madre y sus hermanos. Un oscuro desaliento paralizó a toda la familia.

En la mañana del 24 de diciembre, Lara le recordó a su madre que debían preparar la comida especial para esa noche porque ella se lo había prometido a Jesús.

Estefanía, que ya se había olvidado del sueño de su hija, quedó entre aturdida e indecisa, pero para no afligirla ocultó como pudo su abatimiento y entre las dos prepararon los platos de Nochebuena.

Serían las tres de la tarde cuando la sobresaltó el teléfono. Esperaba con angustia la mala noticia que iba a llegar en cualquier momento.

Llamaban desde la clínica. Una voz femenina desconocida pidió hablar con la señora Estefanía. Ese no era el tono de los rutinarios partes médicos. Un momento, por favor, le van a hablar; ya le paso el teléfono. Se sintió mareada y se dejó caer en el sillón, desde donde vio casi como en sueños a Lara que encendía la vela grande del centro de mesa. Alguien le anunciaría en segundos lo que ya todos daban por inevitable. Lara ahora miraba la llamita y sonreía. Está feliz, pobrecita… Fue una voz masculina muy disfónica la que habló luego de un breve carraspeo:

—Hola, ¿Estefanía?

—Sí, ella habla.

—Soy yo.

—¿El doctor Gómez?

—No, Estefanía, soy yo, tu padre.

—¿Papá…?

—Me sacaron el respirador. ¡Estoy curado, hija, ni el doctor lo puede creer!

—¿Decís que estás curado?

—Por completo. Fue todo muy extraño: yo estaba dormido y oí una voz que la nombró a Lara. Sólo recuerdo eso… Y me desperté. Hoy mismo me llevan a casa.

Diciembre 2021

Leer el otro cuento de este año


© Enrique Arenz 2020 
(Prohibida su reproducción sin expresa autorización del autor)

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