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El «comodismo» de los empresarios (1978)

Denuncia de la actitud cortesana y proteccionista de los empresarios argentinos

 

Una caricatura, ni más ni menos, es lo que ha ido quedando del hombre de negocios argentino. Una epidemia de ineficiencia y falta de ganas de luchar lo ha convertido en un mero usufructuario del privilegio.

El empresario argentino padece de comodismo. Ha renunciado a los riesgos de la libertad para cobijarse en la humillante pero cómoda esclavitud del intervencionismo estatal que lo protege, lo exime complacientemente de competir y le proporciona una vida próspera sin mayores esfuerzos.

Es humano y comprensible que no quiera perder estas prerrogativas obtenidas gracias a treinta años de un populismo desarrollista al que quizás no adhirió totalmente pero de cuyas ventajas supo inteligentemente aprovecharse.

¿Volver a competir? ¿Invertir las ganancias en la modernización de la empresa para poder sobrevivir en un mercado despiadado donde quien impone las condiciones es el consumidor? ¿Asumir responsabilidades y arriesgar la posición alcanzada jugándose día a día en una lucha sin descanso? ¡Jamás!

No importa que la única justificación social de la libre empresa sea su capacidad de producir más, mejor y más barato. El empresario lo sabe, pero aún así insistirá en el suicidio de su confortable oligópolis porque no se siente con fuerza ni capacidad para la lucha. Indudablemente, el poder obtener ganancias con empresas pobremente equipadas, mal organizadas y peor administradas, sin necesidad de mayores esfuerzos, es una posición demasiado ventajosa como para que esperemos que alguien la abandone voluntariamente. Es sabido que ningún empresario ha asumido jamás su verdadero rol a menos que haya sido obligado por un sistema de competencia efectiva. Y aquí no cabe otra cosa que imponer este sistema sin pedir permiso a nadie.

La tajante contestación del doctor Juan Alemann a una declaración de la Asociación Argentina de Compañías de Seguro en la que esta entidad cuestionó la controvertida Resolución 14.406 de la Superintendencia de Seguros, contiene acertados razonamientos que invitan a reflexionar muy seriamente sobre este problema.

«Queremos seguros más baratos -afirma el secretario de Hacienda en la nota-, y ello no destruirá el mercado sino que lo ampliará (…) Con tarifas mínimas y una competencia más efectiva (ya que el asegurado debe pagar protección y no ineficiencia), el mercado dirá si pueden subsistir 277 entidades»

Sin entrar a discutir aspectos técnicos, es indudable que las palabras del doctor Alemann, con ser duras y quizás excedidas de tono, no carecen de fundamento en cuanto revelan aquel estado de comodismo empresarial que afecta a casi todos los sectores productivos del país. «Es evidente que con la idea que ustedes tienen del Estado -remató sobre el final-, al que creen obligado a velar por las ganancias a que ustedes aspiran sin tener en cuenta el nivel de eficiencia no hay diálogo constructivo».

Sin temor a equivocarnos podemos afirmar que son muy pocos los empresarios que hoy desean que se restablezcan las leyes del mercado que los obligue a competir abaratando los costos sobre la base de una eficiencia que sólo se logra cuando se posee verdadero talento empresarial.

Aún en las actividades profesionales y manuales puede advertirse la asfixiante saturación de leyes, estructuras y hábitos que soslayan la competencia e imponen verdaderas tiranías monopólicas. La Ingeniería, por ejemplo, en las provincias de Buenos Aires y Santa Fe, está regulada por leyes de dudosa constitucionalidad y autoritarios consejos profesionales que imponen aranceles mínimos obligatorios suprimiendo toda competencia entre profesionales y técnicos de la construcción. Lo mismo ocurre con otras profesiones tradicionales y aún en modestas actividades como la de los cerrajeros, vidrieros, panaderos, etc. Cuyos sindicatos imponen tarifas mínimas que ningún asociado puede violar sin exponerse a sanciones que en otros tiempos iban desde una paliza hasta una bomba en la puerta del negocio.

Esta mentalidad es uno de los subproductos más detestables y acaso menos advertido de cuantos nos dejó el régimen peronista y sus continuadores. Será difícil recrear al empresario que anhele triunfar por sobre las dificultades y que ambiciones forjar su personalidad y su prestigio en la lucha. Muchos no se adaptarán a las nuevas reglas de juego y deberán desaparecer. Otros surgirán en su lugar ya formados a las condiciones de libertad y competencia, las que aceptarán como naturales.

Es uno de los grandes desafíos del equipo económico. Y también de las Fuerzas Armadas que no deben prestar oídos a los cantos de sirena de los defensores del privilegio que naturalmente harán todo lo posible por evitar el cambio.

 

© Enrique Arenz. (Editorial de Correo de la Semana, del 2 de mayo de 1978, no firmado pero redactado por Enrique Arenz)

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