Cuidado con la sobrevaluación del dinero (1978)
Crítica a la garantía a los depósitos bancarios dispuesta por el ministro de Economía Martínez de Hoz
Se calcula que las tasas de interés, cuya tendencia a disminuir se advierte sensiblemente, podrían descender al 120 por ciento hacia mediados de febrero.
Este sería el momento oportuno en que las autoridades monetarias aprovecharían para aplicar una serie de medidas relacionadas con el funcionamiento futuro del mercado del dólar y algunas normas que regularían la colocación de dinero a corto plazo.
Sin perjuicio de la adopción de tales medidas, la gravedad del problema de las altas tasas de interés impone decisiones mucho más profundas y realistas. Teniendo en cuenta la inevitable retracción económica que ya se nos está viniendo encima y que sin duda hará descender considerablemente el índice inflacionario, una tasa de interés del 120 por ciento -que al ser pagaderos mensualmente se transforma en el 240 por ciento-, es francamente delirante. ¡Y este interés se duplica y hasta se triplica para el tomador del dinero!
Esta peligrosa sobrevaluación indica que el mercado financiero está experimentando una aguda distorsión a la que debe ponerse punto final.
Sin duda existen factores sicológicos que influyen – ¡y cómo!- , eso lo sabe usted igual que yo. Pero hay causas reales de distorsión que requieren pronta intervención de las autoridades económicas, cuya subestimación puede provocar irreparables consecuencias en el sector productivo. Entre ellas he escogido dos cuya incidencia es decisiva en el problema que analizamos:
1º) El ejercicio del monopolio en el mercado financiero.
2º) El respaldo oficial a los bancos, producto de la mentalidad dirigista.
A mi juicio las autoridades deberían proceder así:
1º) Investigar y desbaratar todas las posibles maniobras de carácter monopólico que se están realizando impunemente dentro del mercado financierorecomponiendo su resorte principal, el mecanismo competitivo, y sancionando severamente a los responsables de esta práctica deleznable y antisocial. Como medida complementaria se debe procurar que los bancos oficiales procedan conforme a rígidas reglas éticas, a la vez que la Tesorería y empresas estatales limiten sus cuantiosas demanda de capital en el mercado.
2º) Abolir el respaldo oficial con que el Banco Central garantiza al ahorrista sus depósitos en caso de quiebra de cualquier institución financiera autorizada. Tal vez esta sugerencia lo sorprenda. Claro, estamos tan acostumbrados a las prácticas dirigistas instituidas por el régimen de privilegio teóricamente abatido el 24 de marzo de 1976, que cualquier pretensión de cambio nos acelera el ritmo cardíaco. Pero piense: el Banco Central, con dinero que no le pertenece, con el sudor de millones de argentinos que probablemente nunca pudieron ahorrar un peso, garantiza a los ahorristas (algunos de ellos multimillonarios) sus inversiones financieras ¡eximiéndolos graciosamente de todo riesgo!
Es elemental en el mundo civilizado, cuanto menos en los principales países industrializados, que las únicas garantías del inversionista no pueden ser otras que su propia prudencia y el prestigio de las buenas instituciones bancarias. Lo demás es, naturalmente, riesgo; tanto mayor cuanto más suculenta es la ganancia que se pretende.
Es que un banco es un comercio como cualquier otro, y colocar dinero no es diferente a comprar un lavarropas. Si usted no quiere que lo estafen concurra a un comercio serio, acreditado en la plaza, no a un boliche cualquiera.
Aboliendo el respaldo oficial -he aquí lo más importante-, se terminaría con la acción irresponsable de las pequeñas financieras que en su afán por atraer inversiones ofrecen mejores intereses al ahorrista. Este señor, que cuando tiene que arreglárselas solo frente a los riesgos de la inversión es terriblemente desconfiado, no vacila en dejar su dinero donde le ofrezcan mayor ganancia. Total, con el respaldo paternal del Banco Central los únicos bolsillos que corren peligro son el suyo, lector, y el mío, es decir, el bolsillo del pueblo.
Esta irresponsabilidad azuza artificialmente la competencia entre las instituciones financieras. Y los grandes Bancos se ven obligados a aceptar estas distorsionadas reglas de juego que imponen los más chicos porque en este sistema de poco vale el prestigio secular de aquéllos.
Es preciso actuar severa y rápidamente sobre estos dos aspectos de fondo, sin perjuicio, claro está, de que se proceda en otras áreas de la conducción económica, a lo más importante: a compensar la recesión mediante la transferencia de recursos del sector estatal improductivo hacia el sector privado, estimulando la expansión de este último mediante el redimensionamiento drástico del primero.
© Enique Arenz. (Publicado en Correo de la Semana del 23 de enero de 1978)