Cuando Ptolomeo y Copérnico se metieron con la economía
El error de los intelectuales
Ensayo del escritor argentino Enrique Arenz
Capítulo 4º
La ciencia económica ha sido deliberadamente distorsionada, y los responsables no son otros que Marx y Keynes. Para ser didáctico voy a comparar la economía con la astronomía, destacando a dos de los máximos protagonistas de esta última: Ptolomeo y Copérnico, quienes seguramente me perdonarán la broma del título de este capítulo.
Claudio Ptolomeo fue un influyente astrónomo griego de origen egipcio que descolló en el SIGLO II de nuestra era. No me propongo quitarle méritos. Fue indudablemente un genio al que se le reconocen notables trabajos sobre cronología, óptica, gnomónica, matemáticas, música, geografía y astronomía. Baste decir, para dar una idea de su talento, que logró medir teóricamente la circunferencia de la Tierra con un error de apenas el cuatro por ciento.
Pero, ay, se equivocó en lo más importante: su sistema del mundo consistía -siguiendo fielmente la escuela aristotélica- en situar la Tierra en el centro del Universo y hacer de ella un cuerpo fijo a cuyo alrededor giraban el Sol y los demás astros.
Tengo para mí que este error fue imperdonable, ya que cinco siglo antes, alrededor del AÑO 281 antes de Cristo, otro sabio griego, Aristarco, más modesto y menos avasallante que Ptolomeo, había propuesto por vez primera el doble movimiento de rotación y traslación de la Tierra, en una audaz hipótesis que nadie se atrevió a tomar en serio.
¡Mil seiscientos años se mantuvo inconmovible el error de Ptolomeo! La teología, la filosofía y la ciencia se hallaban fundadas en este concepto geocéntrico.
Claro que la culpa no fue toda suya. Con él culminó una época de grandes adelantos de los griegos en las ramas fundamentales de las matemáticas, con excepción de la mecánica. Sobrevino luego la declinación. En el AÑO 390 se produce la destrucción de la biblioteca de Alejandría, y más tarde, en el AÑO 529, Justiniano suprime la última escuela filosófica. El espíritu de la astronomía se apaga y, desafortunadamente para el progreso de la ciencia, la falsa concepción geocéntrica de Ptolomeo se mantiene inconmovible durante diecisiete siglos.
Pero trece siglos después de Ptolomeo, en 1473, nace en Polonia Nicolás Copérnico quien habría de comenzar a ordenar las cosas: El Sol es el centro de un sistema y a su alrededor giran la Tierra y los planetas. Con su obra Revolutionibus orbium caelestium, publicada en 1540, sentó las sólidas bases de un portentoso edificio intelectual que habría de ser gloriosamente completado por Kepler, Galileo y Newton, este último ya en pleno SIGLO XVIII.
Bien, vayamos ahora a la economía. Adam Smith, un filósofo y moralista escocés del SIGLO XVIII, profundamente conmovido por el horrible cuadro del hambre que había observado en sus viajes por el mundo, se puso a investigar las leyes que regían el comercio y la producción. Tenía que haber alguna forma científica para terminar con tantos padecimientos. Empecinado en tan apasionante búsqueda descubrió y sistematizó la interdependencia de los fenómenos del mercado. Demostró a los políticos y gobernantes de su época la falsedad e inconsistencia de los viejos dogmas mercantilistas en que se basaban todas las leyes referidas al comercio, a saber: 1) que no era justo ni lícito vencer al competidor produciendo artículos mejores y más baratos; 2) Que las máquinas resultaban perniciosas porque producían bancarrotas y desempleo; 3) Que era reprobable desviarse de los métodos tradicionales de producción; 4) Que el deber del gobernante consistía en impedir el enriquecimiento del empresario, debiendo, en cambio conceder protección a los menos aptos frente a la competencia de los más eficientes; y 5) Que restringir la libertad empresarial mediante la coacción del Estado o de las corporaciones promovía el bienestar general.
Con su obra Ensayo sobre la causa de la riqueza de las naciones, publicada en 1776, fundó, sobre inconmovibles bases epistemológicas, la moderna ciencia económica.
Decididamente, Adam Smith -a quien se lo suele acusar de teorizador de la explotación humana- fue el Copérnico de esta nueva disciplina.
Pero a diferencia de lo que ocurrió en la evolución de la astronomía, con anterioridad a él no había habido ningún Ptolomeo. Para desdicha de la humanidad -porque la economía, por si alguien lo ha olvidado, es la ciencia de los medios para crear riqueza y terminar con la miseria-, los Ptolomeos vinieron después, y se llamaron Marx y Keynes.
Recordemos brevemente que la teoría económica clásica iniciada por Adam Smith llegó a su más alta expresión a fines del SIGLO XIX con el descubrimiento de la Teoría subjetiva del valor, también llamada «revolución marginalista». Digamos sólo al pasar que esta moderna teoría demuestra que el valor no está intrínseco en las cosas sino que se lo atribuimos nosotros de acuerdo a la utilidad atribuida a la última unidad disponible (1).
De este trascendente acontecimiento científico se desprendieron tres escuelas económicas: la Escuela austríaca, la Escuela de Lausana y la Escuela de Cambridge. De las tres sólo la primera, por obra de sus grandes maestros Karl Menger, Eugen Bohm Bawerk y Ludwig von Mises (verdaderos paralelos de Kepler, Galileo y Newton en economía) ha logrado preservar sin desviaciones el revolucionario concepto de la utilidad marginal y elaborar el más acabado modelo teórico de economía de mercado.
Estoy convencido de que esta es la única ciencia económica digna de tal nombre. Lo demás es charlatanería.
Pero esta ciencia económica fue eclipsada por las ideas de Carl Marx y deliberadamente distorsionada por las teorías de su continuador el socialista fabiano John Maynard Keynes.
Esto equivale a decir que después de Copérnico, Kepler, Galileo y Newton (en economía), irrumpieron en las principales universidades del mundo las falsas doctrinas de los Ptolomeos negadores de la verdad científica.
Y mientras en todas las ciencias naturales -a excepción de la biología en la Rusia de Stalin, donde se llegó a negar la genética de Mendel- se produjo un constante avance gracias a la incesante suma de teoremas, descubrimientos y comprobaciones, en economía se retrocedió espantosamente.
De la economía de mercado que había logrado en poco más de un siglo transformar radicalmente el mundo, se pasó a una degradada y seudocientífica economía política que no es otra cosa que la teoría del intervencionismo, de la estatización, del proteccionismo y de la inflación, una herramienta de poder omnímodo desvinculada de todo objetivo auténticamente social. Ni Marx ni Keynes fueron economistas; fueron simplemente ideólogos que hicieron política con la economía. Pero tuvieron suerte, lograron convencer a casi todos los intelectuales y políticos del SIGLO XX de que en materia económica… ¡la Tierra es el centro del sistema planetario!
(1) En su libro Libertad: un sistema de fronteras móviles, el autor desarrolla minuciosamente esta sorprendente teoría. (Texto completo en la sección Ensayos).