Carta a un cardenal (1977)
Elogio del sistema capitalista
Señor arzobispo de Buenos Aires, cardenal Juan Carlos Aramburu:
Debo confesarle que escuché con sorpresa su homilía del Viernes Santo. Es verdad que sus conceptos sobre el marxismo no pudieron ser más claros y oportunos en momentos en que el comunismo internacional trata de utilizar a la Iglesia y la confusión de muchos pastores para sus perversos fines. Pero, monseñor, ¿cómo ha podido condenar también al sistema capitalista, única opción verdadera frente a cualquier totalitarismo? Yo no creo que usted propugne untercer camino o tercera posición, pues sabe que dicho tercer camino es una creación comunista que conduce inexorablemente a ese régimen abominable. Sin embargo, al condenar por igual el marxismo y el capitalismo, usted, sin proponérselo, ha volcado toda su influencia moral a favor del primero.
Usted, monseñor, al igual que yo, ha venido oyendo desde su infancia que la pobreza y las injusticias sociales se deben al sistema capitalista. Si unos tienen más y otros menos es porque así se cumpliría el inexorable fin último del sistema: la explotación del hombre por el hombre. Tanto nos lo repitieron que, lógicamente, todos terminamos por asimilarlo a nuestro código de preconceptos. Sin embargo un día se me ocurrió investigar el asunto y comprendí que todo era una gran mentira. Le propongo que examinemos los hechos y extraiga usted sus propias conclusiones.
Si usted hojea cualquier libro de historia económica o universal, advierte que la pobreza de las masas es una constante trágica desde los más remotos tiempos de la humanidad. Los períodos de crisis denominados cíclicos provocaban años de verdadera calamidad. La Biblia hace una descripción del primero de esos ciclos de hambre registrados en la historia cuando José, el hijo de Jacob, interpretando el sueño profético del Faraón de las siete vacas flacas y las siete vacas gordas, le aconsejó almacenar una gran reserva de grano para paliar los siete años de absoluta carencia que vendrían luego de siete años de abundancia.
Una crisis similar sacudió a Roma en el año 446 antes de Cristo, por cuya causa miles de hambrientos se suicidaron arrojándose a las aguas del Tíber.
Durante la Edad Media, las condiciones miserables en que arrastraban su existencia losvillanos, adquieren un dramatismo infernal. Millares de personas perecían diariamente víctimas del flagelo de la miseria absoluta. Las familias vivían en el hacinamiento, sin las mínimas condiciones de higiene y carentes de la más elemental forma de servicios sanitarios. Convivían con animales en edificaciones miserables, sucias, húmedas, impregnadas de una irrespirable atmósfera de olores nauseabundos, se alumbraban con humeantes lámparas de aceite, bebían aguas contaminadas y hacían sus necesidades fisiológicas en las proximidades de las viviendas, cuando no dentro de ellas. Las estrechas fortificaciones no poseían drenajes cloacales que impidieran la acumulación de residuos orgánicos que pronto se convertían en terribles focos infecciosos. Dormían unos sobre otros en promiscuidad y víctimas de temibles flagelos epidémicos que sumados al hambre, arrastraban a masas humanas a verdaderos abismos sin retorno.
En Inglaterra, los ciclos depresivos se producían inexorablemente cada catorce años. Entre los años 1200 y 1600 se produjeron siete ciclos de hambre. Hacia 1586 murieron en ese país cerca de cuatrocientas mil personas por inanición, y en Francia, en 1709, el hambre provocó más de un millón de muertos.
El advenimiento del sistema capitalista hacia 1750 produjo el gran milagro: terminó con el hambre y transformó al vasallo en un trabajador, jerarquía que le permitiría adquirir una dimensión humana desconocida hasta entonces y comenzar a tomar conciencia de su dignidad, de sus derechos y de su importancia en el nuevo orden económico. El surgimiento de las primeras ideas socialistas como rebeldía popular contra las sin duda injustas condiciones de trabajo que caracterizaron a la época ¾ condiciones que se irían atenuando en la medida en que la formación y acumulación de capitales e incorporación de mejor tecnología lo fueran haciendo posible¾ constituyeron el mejor testimonio de aquella conciencia popular inexistente antes. Esta asombrosa transformación en el pensamiento de las clases humildes se verifica, aunque cueste creerlo, gracias al advenimiento del capitalismo y por la influencia irresistible que ejerció el pensamiento liberal de la burguesía sobre la mente virgen del proletariado. Estos burgueses, surgido de entre los más capaces del pueblo al que ahora dirigían, constituyeron una clase social poderosa por su capacidad creadora, y con los siglos llegaron a desplazar a la nobleza del poder político hasta culminar, en su marcha triunfal de inteligencia y trabajo, en laRevolución Industrial, la más grande, trascendente y auténtica de cuantas revoluciones se hicieron en la historia de la humanidad. A partir de entonces este nuevo sistema, con sus defectos y extralimitaciones, comienza a construir el mundo moderno llevando la prosperidad a millones de seres humanos antes sumergidos.
Si bien el capitalismo dista de ser el ideal ¾ y lo ideal no es cosa de este mundo¾ , es hoy más que nunca, frente a la monstruosidad del comunismo y el fracaso de las terceras posiciones, el único ámbito de la libertad donde los valores trascendentes de Occidente y del cristianismo puede prevalecer.
«Un buen cristiano es un liberal que se ignora», ha dicho Wilhelm Ropke, y tal vez por ello muchas veces nos negamos a nosotros mismos.
© Enique Arenz. (Publicado en Correo de la Semana el 25 de abril de 1977)