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Aquel 25 de mayo de la vergüenza


E
stando próxima la semana de Mayo es bueno recordar que hubo dos 25 de mayo. Uno, el de 1810, para nuestra honra; el otro, el de 1973, para nuestra vergüenza. De este último se cumplen cinco años. Ese día el «leal» Héctor J. Cámpora asumía la primera magistratura flanqueado por dos conspicuos líderes comunistas latinoamericanos: Allende de Chile y Dorticós de Cuba. Los tres comandantes generales de nuestras Fuerzas Armadas, sonrientes, insondables en sus pensamientos y propósitos, entregaron los atributos presidenciales al frustrado fundador de la «patria socialista». Afuera, improvisados cartelones se mecían al ritmo de los bombos, al par que rojos estandartes lucían desafiantes los emblemas del ERP y Montoneros, mientras la turba enloquecida, ebria de odio y exultación, vomitaba sus denuestos contra las Fuerzas Armadas, apedreando e injuriando a sus oficiales y soldados que debieron replegarse humillados y en desorden como si se tratara de un ejército de ocupación extranjera.

Nunca había sucedido algo semejante en nuestra historia. La televisión oficial, prestamente subordinada al nuevo régimen, exhibió el bochorno con aviesa intención, mientras insospechados locutores se desataban en una verborrea deplorable de alabanzas al líder y amenazadoras diatribas.

Fue una impresionante masa de seres humanos la que allí se entregó de cuerpo y alma a la hoguera de esa orgía incalificable, argentinos como nosotros, hermanos nuestros enfermos de ignorancia letal y con sus frágiles cerebros depredados por la bárbara demagogia peronista. Todo parecía impregnado de plebeyismo y abominación. Naturalmente que la agresión a nuestros soldados fue hábilmente orquestada y dirigida por los jerarcas sindicales y las formaciones especiales, por entonces unidos en redituable connivencia, pero todos los que estaban allí participaron. Aún aquéllos que no se atrevieron a agredir pero que gozaron viendo cómo los demás lo hacían.

A cinco años de aquella pesadilla debemos reflexionar sobre si habrá otro 25 de mayo del 73. Y por cierto que no lo evitaremos en tanto aquellos mismos dirigentes sindicales que llevaron a sus huestes a la plaza, deambulen orondos por los pasillos de algún ministerio complaciente, y sigan disfrutando tanto de sus holgados cargos como de su regalada vida a costa de los trabajadores. O mientras subsista una CGT única y poderosa mantenida por aportes obligatorios y legalizada por una ley Asociaciones Profesionales calcada de la Carta di laboro de Mussolini. 

El peronismo fue siempre ilegítimo e inmoral. Nada hay en él de rescatable a no ser la lección terrible de su alucinante existencia. Después de 1966 su máximo jefe utilizó el movimiento para vengarse desde el exilio de aquellos argentinos incontaminados que, honrando a la Nación con su heroísmo indómito, habían abatido su dictadura. Su ansiedad de venganza lo llevó a asestar golpe tras golpe contra el país al que se propuso humillar y despedazar. Sus órdenes desde Madrid decidieron elecciones y provocaron la caída de gobernantes, propició alianzas y pactos canallescos, estimuló la codicia de siniestros aventureros que no vacilaron en traicionar el espíritu republicano brevemente restaurado después de su caída, hizo declarar huelgas generales, urdió planes de lucha cegetista y provocó verdaderos levantamientos insurreccionales. Finalmente, en un acto de demencia genocida, creo su arma mortal, la guerrilla subversiva, con uno de cuyos jefes, Mario Firmenich, hizo secuestrar y asesinar al Tte. Gral. Pedro Eugenio Aramburu y ensangrentó a la Nación.

Desconcierto, desesperanza, terror y miles de mártires asesinados por sus bandas fue el saldo de su desquite, regresando al país para completar su revancha y morir finalmente viendo su obra realizada. A sus pies quedaba la Argentina desintegrada, con la muerte en las calles, con su economía destrozada y su moral corrompida.

Le fueron restituidos los grados y honores que un tribunal militar le había quitado, y sus bienes -dudosamente habidos- le fueron devueltos a libro cerrado por el Congreso Nacional con la anuencia cortesana y culposa de los legisladores «democráticos» de la oposición. Hasta la Iglesia le concedió la gracia del olvido de las persecuciones y humillaciones recibidas en el pasado, las injurias chabacanas, la quema de los templos y mil infamias imperdonables que justificaron el repudio de las autoridades eclesiásticas de entonces.

Tengamos el valor de admitir que retornaremos a aquel régimen si quienes nos gobiernan no deciden repudiarlo y desmantelar su aún vigente estructura. La obra de Perón está intacta en los sindicatos, en miles de leyes autoritarias, en las empresas estatales y, lo que es peor, en la mentalidad de mucha gente no peronista. Soslayar esta verdad es negarle a la República su posibilidad de volver un día a la democracia.

© Enique Arenz. (Publicado en Correo de la Semana el 15 de mayo de 1978)

Leer: «Nunca olvidemos ese día» (cuando Cámpora gano las elecciones)

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